Imperio
Romano
Fue una etapa de la civilización romana en la
Antigüedad clásica, posterior a la República romana y caracterizada por una
forma de gobierno autocrática. El nacimiento del Imperio viene precedido por la
expansión de su capital, Roma, que extendió su control en torno al mar
Mediterráneo. Bajo la etapa imperial los dominios de Roma siguieron aumentando
hasta llegar a su máxima extensión durante el reinado de Trajano, momento en
que abarcaba desde el océano Atlántico al oeste hasta las orillas del mar
Caspio, el mar Rojo y el golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sahara
al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la
frontera con Caledonia al norte. Su superficie máxima estimada sería de unos
6,5 millones de km².
El
término es la traducción de la expresión latina «Imperium Romanum», que
significa literalmente «El dominio de los romanos». Polibio fue uno de los
primeros hombres en documentar la expansión de Roma aún como República. Durante
los casi tres siglos anteriores al gobierno del primer emperador, César
Augusto, Roma había adquirido mediante numerosos conflictos bélicos grandes
extensiones de territorio que fueron divididos en provincias gobernadas
directamente por propretores y procónsules, elegidos anualmente por sorteo
entre los senadores que habían sido pretores o cónsules el año anterior.
Durante
la etapa republicana de Roma su principal competidora fue la ciudad púnica de
Cartago, cuya expansión por la cuenca sur y oeste del Mediterráneo occidental
rivalizaba con la de Roma y que tras las tres Guerras Púnicas se convirtió en
la primera gran víctima de la República. Las Guerras Púnicas llevaron a Roma a
salir de sus fronteras naturales en la península Itálica y a adquirir poco a
poco nuevos dominios que debía administrar, como Sicilia, Cerdeña, Córcega,
Hispania, Iliria, etc.
Los
dominios de Roma se hicieron tan extensos que pronto fueron difícilmente
gobernables por un Senado incapaz de moverse de la capital ni de tomar
decisiones con rapidez. Asimismo, un ejército creciente reveló la importancia
que tenía poseer la autoridad sobre las tropas para obtener réditos políticos.
Así fue como surgieron personajes ambiciosos cuyo objetivo principal era el
poder. Este fue el caso de Julio César, quien no solo amplió los dominios de
Roma conquistando la Galia, sino que desafió la autoridad del Senado romano.
El
Imperio Romano como sistema político surgió tras las guerras civiles que
siguieron a la muerte de Julio César, en los momentos finales de la República
romana. Tras la guerra civil que lo enfrentó a Pompeyo y al Senado, César se
había erigido en mandatario absoluto de Roma y se había hecho nombrar Dictator
perpetuus (dictador vitalicio). Tal osadía no agradó a los miembros más
conservadores del Senado romano, que conspiraron contra él y lo asesinaron
durante los Idus de marzo dentro del propio Senado, lo que suponía el
restablecimiento de la República, cuyo retorno, sin embargo, sería efímero. El
precedente no pasó desapercibido para el joven hijo adoptivo de César, Octavio,
quien se convirtió años más tarde en el primer emperador de Roma, tras derrotar
en el campo de batalla, primero a los asesinos de César, y más tarde a su
antiguo aliado, Marco Antonio, unido a la reina Cleopatra VII de Egipto en una
ambiciosa alianza para conquistar Roma.
A
su regreso triunfal de Egipto, convertido desde ese momento en provincia
romana, la implantación del sistema político imperial sobre los dominios de
Roma deviene imparable, aun manteniendo las formas republicanas. Augusto
aseguró el poder imperial con importantes reformas y una unidad política y
cultural (civilización grecorromana) centrada en los países mediterráneos, que
mantendrían su vigencia hasta la llegada de Diocleciano, quien trató de salvar
un Imperio que caía hacia el abismo. Fue éste último quien, por primera vez,
dividió el vasto Imperio para facilitar su gestión. El Imperio se volvió a unir
y a separar en diversas ocasiones siguiendo el ritmo de guerras civiles,
usurpadores y repartos entre herederos al trono hasta que, a la muerte de
Teodosio I el Grande en el año 395, quedó definitivamente dividido.
Finalmente
en 476 el hérulo Odoacro depuso al último emperador de Occidente, Rómulo
Augústulo. El Senado envió las insignias imperiales a Constantinopla, la
capital de Oriente, formalizándose así la capitulación del Imperio de
Occidente. El Imperio oriental proseguiría casi un milenio en pie (bajo el
moderno nombre historiográfico) de Imperio bizantino), hasta que en 1453
Constantinopla cayó bajo el poder otomano.
El
legado de Roma fue inmenso; tanto es así que varios fueron los intentos de
restauración del Imperio, al menos en su denominación. Destaca el intento de
Justiniano I, por medio de sus generales Narsés y Belisario, el de Carlomagno
así como el del propio Sacro Imperio Romano Germánico, pero ninguno llegó jamás
a reunificar todos los territorios del Mediterráneo como una vez lograra la
Roma de tiempos clásicos.
Con
el colapso del Imperio romano de Occidente finaliza oficialmente la Edad
Antigua dando inicio la Edad Media.
Imperio
Persa
El
origen del imperio persa se encuentra en los pueblo pastores de origen
indoeuropeo (medos y persas) que se asentaron en la meseta del Irán hacia el
año 1.500 a. C. Organizados como tribus, eran dirigidos por las familias más
poderosas, (nobleza). Una de estas
familias, la de los Aqueménides fue la creadora el imperio.
Un
miembro de esta familia, Ciro el grande (550-530 a.C.), unificó a los persas,
sometió a los medos, tomó Babilonia y
extendió el territorio hasta Asia Menor, después de anexionarse las
colonias griegas de esta zona. Su hijo Cambises (530-521 a. C.) conquistó
Egipto. El gran organizador del imperio fue
Darío I (521-486), que conquistó los territorios hasta el río Indo por
el Este, y de Tracia y Macedonia (Grecia) por el Oeste.
El
rey mandaba en el ejército, era juez supremo y gobernaba en todo el territorio,
que estaba dividido en satrapías. La satrapía era como una gran provincia
administrada por un sátrapa, que representaba al rey; sin embargo el monarca
los tenía controlados mediante un jefe militar y un secretario real, que a su
vez eran controlados por inspectores reales (los ojos y oídos del rey).
Para
mantener esta organización se construyeron, con abundantes impuestos, una
importante red de calzadas y caminos.
La
decadencia del imperio empezó a mediados del siglo V a. C. por el enfrentamiento con los griegos en las guerras
médicas (del nombre que recibían los persas, que habían incorporado por
conquista el pueblo de los medos), y desapareció en el siglo IV a. C. bajo el
dominio de Alejandro Magno.
Antigua
Grecia
El
término Antigua Grecia se refiere al período de la historia de Grecia que
abarca desde la Edad Oscura de Grecia ca. 1200 a. C. y la invasión dórica,
hasta el año 146 a. C. y la conquista romana de Grecia tras la batalla de
Corinto. Se considera generalmente como la cultura seminal que sirvió de base a
la civilización occidental. La cultura de Grecia tuvo una poderosa influencia
sobre el Imperio romano, el cual la difundió a través de muchos de sus
territorios de Europa. La civilización de los antiguos griegos ha sido
enormemente influyente para la lengua, la política, los sistemas educativos, la
filosofía, la ciencia y las artes, dando origen a la corriente renacentista de
los siglos XV y XVI en Europa Occidental, y resurgiendo también durante los
movimientos neoclásicos de los siglos XVIII y XIX en Europa y América. La
civilización griega fue básicamente marítima, comercial y expansiva. Una
realidad histórica en la que el componente geográfico jugó un papel crucial en
la medida en que las características físicas del sur de la península de los
Balcanes, por su accidentado relieve, dificultaban la actividad agrícola y las
comunicaciones internas, y por su dilatada longitud de costas, favorecieron su
expansión hacia ultramar. Un fenómeno sobre el que incidirían también de forma
sustancial la presión demográfica originada por las sucesivas oleadas de
pueblos (entre ellos aqueos, jonios y dorios) a lo largo del III y II milenios
a. C.
Tras
las civilizaciones minoica y micénica, en los siglos oscuros (entre el XIII y
el XII a. C.) la fragmentación existente en la Hélade constituirá el marco en
el que se desarrollarán pequeños núcleos políticos organizados en ciudades, las
polis.
A
lo largo del período arcaico (siglos VIII al V a. C.) y del clásico (siglo V a.
C.), las polis fueron la verdadera unidad política, con sus instituciones,
costumbres y sus leyes, y se constituyeron como el elemento identificador de
una época. En el período arcaico ya se perfiló el protagonismo de dos ciudades,
Esparta y Atenas, con modelos de organización política extremos entre el
régimen aristocrático y la democracia. La actividad de las polis hacia ultramar
fue un elemento importante de su propia existencia y dio lugar a luchas
hegemónicas entre ellas y al desarrollo de un proceso de expansión colonial por
la cuenca mediterránea. La decadencia de las polis favoreció su absorción por
el reino de Macedonia a mediados del siglo IV a. C. y el inicio de un período
con unas connotaciones nuevas, el helenístico, por el que la unificación de
Grecia daría paso con Alejandro Magno a la construcción de un Imperio,
sometiendo al Imperio aqueménide y al egipcio. En opinión de algunos
especialistas, en esta fase la historia de Grecia volvía a formar parte de la
historia de Oriente y se consumaría la síntesis entre el helenismo y el
orientalismo.
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